La innovación en nuestras comunidades va más allá de la introducción de nuevas tecnologías o tendencias. Comienza por escuchar de verdad, valorar el conocimiento local y construir juntos soluciones que estén conectadas con las experiencias de la vida real. Inspirándonos en las ideas de Paulo Freire (2014) y René Barbier (1997), la innovación significa dialogar con la tierra y su gente, comenzando por una escucha ética y empática como primer paso hacia el cambio.
De este modo, una cultura de innovación no consiste solo en inventar algo nuevo. También implica recuperar tradiciones, replantearse los hábitos cotidianos y utilizar diferentes tipos de conocimientos para afrontar retos comunes. La creatividad se considera algo que construimos juntos a lo largo del tiempo, con el apoyo de espacios que acogen la imaginación, la experimentación, los errores y el aprendizaje continuo.
Refiriéndonos a la idea de una cultura de innovación dentro de los museos (Eid y Forstrom, 2021), vemos que cuando los espacios culturales están abiertos a la participación, la colaboración y la diversidad, animan a las personas a involucrarse y a ser más flexibles. Pero para que la innovación realmente tome forma, es importante contar con un fuerte apoyo institucional que ayude a organizar, mantener y guiar estos esfuerzos.
Por eso, la creación de un Departamento de Innovación puede marcar una gran diferencia: un equipo centrado en esta labor, idealmente con su propio presupuesto y las herramientas adecuadas para promover la escucha activa, gestionar las propuestas y seguir claramente el progreso de las nuevas ideas.
Fomentar una cultura de innovación significa generar confianza, reconocer el poder de la creatividad colectiva y elegir el liderazgo participativo como forma de lograr un cambio positivo, con cuidado, apertura y el valor de empezar de cero basándose en experiencias reales.