Comencemos con una pregunta clave: ¿qué hace, sabe o celebra tu comunidad que deba considerarse patrimonio? A menudo, cosas que parecen sencillas, como una receta tradicional, una canción colectiva o una celebración local, tienen un profundo significado cultural.
El patrimonio cultural inmaterial (PCI) incluye «las prácticas, representaciones, expresiones, conocimientos y habilidades, así como los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales asociados a ellos, que las comunidades, los grupos y, en algunos casos, los individuos reconocen como parte de su patrimonio cultural» (UNESCO, 2003). Este reconocimiento proviene de la propia comunidad y tiene sus raíces en la vida cotidiana y en un sentido compartido de identidad (Florêncio et al., 2016, p. 16).
Proteger el PCI es más que simplemente documentarlo. Significa mantenerlo vivo, transmitirlo de generación en generación y permitir que crezca y cambie, especialmente cuando se enfrentan retos como la migración, la globalización o la pérdida de conocimientos tradicionales (Florêncio et al., 2014). Apoyar estas prácticas culturales ayuda a preservar la diversidad, fomenta el diálogo entre culturas y fortalece los lazos comunitarios (Consejo de Europa, 2005).
Como dijo Freire (2005, p. 80), «nadie enseña a nadie, ni nadie es autodidacta, las personas se enseñan unas a otras, mediadas por el mundo». Esta idea también encaja con el PCI: es un proceso compartido de escuchar, respetar y transmitir la cultura juntos.